Justicia divina

Victoriano Ángel Río Herrero · Zamora 

Aparecí entre nubes rodeado de un comité de consejeros presidido por San Pedro. Este, tras tranquilizarme y explicarme la luctuosa situación, comenzó a interrogarme sobre mi vida. Dependiendo de las respuestas, añadiría una cruz a un lado u otro de su ciclópeo cuaderno. La primera vez que frunció el ceño y apuntó con su pluma a la siniestra me quedé paralizado, como petrificado por medusa. Cuando repitió el gesto, salté como un resorte mostrando mi desacuerdo. Todos reprobaron mi comportamiento. San Pedro, sobradamente confiado, puso orden y, con tono condescendiente, me permitió continuar. El debate fue interminable, pero, tras setenta prórrogas, la cosa quedó en tablas. Ahora, ante el oprobio de cada acusación, utilizo todos los medios de defensa que recuerdo: pruebas, atenuantes, eximentes…; mi verborrea no tiene límites. Y aún guardo en la recámara causas de nulidad, recursos… O me envían al cielo por justicia o por agotamiento.

 

 

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