AD CAUTELAM

María Piedad Pérez Moreno · Valencia 

Mi familia, de larga tradición en la profesión de la abogacía, siempre se expresaba en casa como si estuviera en una sala de audiencia. La culpa la tuvo mi abuelo que no dejaba de esgrimir latinajos cada vez que se dirigía a alguien. Su preferido era “ad cautelam”, mi abuelo era muy prevenido. En el salón, mi hermano pretendía la venia de papá para marcharse en coche a un festival de rock que se celebraba en un pueblo bañado por el Mar Mediterráneo. Papá pretendía el desistimiento de mi hermano en su pretensión y, entre el trajín de protestos, resultandos y súplicas, se resolvió aprobar el viaje, condicionado a ir en transporte público -”si es que quedan plazas”- y a acompañarle yo como hermano mayor responsable. Mi hermano salió del salón mostrándome dos billetes de autobús para Benicásim mientras me guiñaba un ojo: -Ad cautelam – me susurró.

 

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