Lo cierto es que en el juicio me llevé un meneo de primera. No pude solventar ni de lejos ni una sola de las cuestiones jurídicas que se plantearon. Y yo pensaba que llevaba las leyes en mi ADN, pero nada más lejos de la realidad. Es posible que mi sitio esté fuera del ajetreo de la ciudad, del caos, del ruido, de los teléfonos móviles… el bullicio es tal que parece una pandemia sin fin. Entonces pienso en construirme la casita en el pueblo de mi abuela, olvidarme de todo y revolcarme en la pradera como si tuviera siete años otra vez. Luego me veo con la toga puesta, recuerdo que soy el Juez y que por mucho ridículo que haya hecho en mi primer caso, a partir de aquí sólo puedo ir para arriba.
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Gran relato, Felipe. Buena suerte. Ay!!! esas praderas, esos revolcones.