Abogapoly
Mikel AboitizDaba gusto ver al muchacho, veloz como un ratón de pradera, moviendo ávido su ficha por las calles del abogapoly. Resultaba terco como un burro en su afán de recurrir cuando sus contrincantes lanzaban el dado fuera del espacio legalmente estipulado. También se mostraba preciso como un estudio de ADN al solventar desajustes en sus minutas en abogadeuros. Si al robar de las cartas del centro le llovían querellas que, como una peligrosa pandemia, ponían en peligro su mundo de cuatro bandas (Códigos Civil y de Comercio, Estatuto de trabajadores y Constitución), daba un meneo al cubilete y evitaba la cárcel con hábil maniobra. Y si le preguntabas qué quería ser de mayor, no dudaba. Lo paraba todo. Te miraba fijamente a los ojos conteniendo el aliento y gritaba algo así como: «¡Compro título preliminar de la Constitución! ¡Te toca!» Y vuelta a correr los dados: Allí estaba la respuesta.