Firme el condenado

Remedios Atencia Montoya · Málaga 

La personación en el juicio de la abogada contraria fue señal de que todo iba a salirme mal. El diseño de la estrategia de la mía era bueno, pero desde que la otra irrumpió en la sala con su porte divino hizo que la vista del juez no se le apartara, ni la del fiscal, ni la mía. Malditos ojos. Maldito escote. Malditas curvas perfectas las que se asomaban por él y se adivinaban bajo la toga. A mí me faltó pedir a voces asistencia médica, pues el corazón se me desbocaba por segundos mientras ella exponía un argumento poco sostenible, pero siendo consciente de que se le prestaba atención a cada movimiento de sus labios carnosos y a cada sílaba que de ellos se derramaba. Cuando acabó la sesión, el juez delató su lujuria cuando dijo con una voz atontada: “Firme el Acta el condenado”.

 

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