LOCADEMIA DE ABOGACÍA
Eduardo Martín ZuritaLa crisis me apartó del bufete y decidí abrir una academia para ayudar a futuros picapleitos, complementando el programa de la facultad; mi pan, la Secundum Legem. Mi experiencia como abogado y un brillante expediente académico me ayudaron con el temario. El informe de los alumnos matriculados resultaba alentador: soñaban con ser Perry Mason. Hoy era el primer día del curso.
Llegó el primero y dijo:
– En interés general pido que se suspenda la clase: abajo hay obras. Vaya, repuse, un fiscal.
– Es tarde, profesor, y acuso al mundo del colapso en que se encuentra el tráfico- dijo el que entró al aula a continuación.
Pensé: esto se tuerce, el fiscal jefe.
Y cuando me subía por las paredes, apareció el tercero, con hora y media de retraso y la foto que le solicité hace más de una semana. «Pase, señoría…» le dije entre esperpénticas reverencias y cuchufletas.
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Me ha arrancado una buena sonrisa.
Escribí el texto justamente con esa intención: arrancar todas las sonrisas posibles.