LA DUDA
Santiago Fernández Lorenzo · MadridSabía de la presencia de aquel joven con aspecto de monaguillo en el lugar del crimen, de los restos de ADN de éste en el paraguas encontrado junto al cadáver y del aceite de freír sardinas en la suela de sus zapatos cuando fue arrestado. No había ninguna duda: su cliente era culpable. El pensamiento le ruborizó. La contienda entre su deber como defensor del acusado y sus sentimientos como padre, vecino y ser humano se había iniciado. Durante el interrogatorio fluyeron las cosas ajenas a él, cual antitético ¡tranger. Actuaba por instinto, casi por repetición, ajeno a los ojos del Tribunal y a cuanto acontecía en aquella Sala. Tiempo después el indómito muchacho es declarado inocente y absuelto de todos los cargos. En un primer momento respira aliviado. Sin embargo, pronto vuelve el rubor. La batalla de la duda aún no había terminado.