A LAS PUERTAS

Marta Mondéjar Otero · SALAMANCA 

A las puertas del Tribunal se agolpaban decenas de curiosos, pertrechados con sus paraguas negros, ahítos de acontecimientos que pusieran un paréntesis a la brutal rutina del invierno rural, un poco cohibidos por tener el suceso ciertos tintes de escándalo. Nadie sabe cómo el secreto de sumario perdió el atributo inherente a su nombre, y noticia de la declaración del joven monaguillo había corrido de boca en boca, filtrándose en el aire helado como una exhalación. Lo cierto es que, mientras la honorabilidad de su párroco pendía de un hilo, todos los feligreses se arremolinaban juntos, salvo Panchiño, el tonto del pueblo, que permanecía ajeno a los acontecimientos peleándose con los restos de una sardina. El abogado venido de la capital entró con paso firme y mirada distraída y, esbozando una apresurada sonrisa, se preguntó vagamente si la soledad y la dureza de aquellos parajes podría ser considerada como atenuante.

 

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