La Santa Compaña

Jorge Santiago Vázquez Rojo · Ourense 

Aquel boleto transformó su vida. Aparcó el negocio de la abogacía y se convirtió en un “bon vivant”. Una de tantas noches, después de una correría, el letrado regresaba a casa. Avanzaba entre la neblina por las callejuelas mientras el orvallo le refrescaba la cara. Cuando llegó al crucero de la alameda, oyó el sonido de una campanilla. Enmascarada en la penumbra, se le acercó un alma en pena que le ofreció un cirio. Desde ese momento se incorporó a la procesión de ánimas; sustituyó la toga por la túnica; pero la vida de espectro no estaba hecha para él: ni comer ni dormir ni… Todavía hoy sigue vagando – últimamente se le ha visto por los juzgados -, a la espera de que le llegue el turno para deshacerse del cirio. Ahora anhela enfundarse nuevamente la toga. ¡Duro oficio el de la Santa Compaña!, decía mi abuela.

 

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