La pitón

Ignacio Caparroso · Madrid 

Cuando me encontré con Gregorio en la estación habían pasado veinte años desde que habíamos terminado la carrera. Estudiante mediocre, feúcho y algo acomplejado, nunca fue muy popular. Pero eso sí, todos recordábamos divertidos las insuperables anécdotas que sintetizaban el principal, y casi exclusivo, rasgo de su carácter: la pasión que ponía en todas sus decisiones, adoptadas además con la más absoluta de las ligerezas. Ahora era abogado penalista, con bufete propio, y se jactaba de que en su larga nómina de casos no había querella que se le resistiese. Me despedí de él con cierto desasosiego al comprobar que su naturaleza extrema e iluminada no se había apaciguado con el paso de los años. Días más tarde me enteré de que era conocido como “La Pitón” y que acababa de salir de prisión por estrangular a otro compañero especializado en arbitrajes de equidad.

 

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