Fin del mundo

Ernesto Fernández · Sevilla 

Resultó gentil y educado, discreto, casi decoroso. Tuvo lugar el 16 de diciembre de 2009, apenas pasadas las tres de la tarde. No fue resultado de una querella irresoluble entre las grandes potencias, ni la conclusión del torpe arbitraje de un creador aburrido, ni siquiera el desenlace de la carrera armamentística. Tampoco se trató de una epidemia desmandada propia de la estación invernal, ni de la jugada maestra de un terrorista en nómina de los poderes más oscuros. El Apocalipsis tomó la forma caprichosa de un e-mail. «Te quise muchísimo todo este tiempo, lástima que no te hayas dado cuenta antes», decía. Cinco mil años de guerra bien podían esperar siglo más, siglo menos. Igual que Dios, y que los virus. Igual que las durmientes ojivas nucleares. El fin del mundo llegó en forma de e-mail, remitido por Ana el 16 de diciembre. Resultó gentil y educado, tímido, casi decoroso.

 

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