El salto

Alejandro Espiago · Zaragoza 

La secretaria, de pie, aguardaba inquieta su primera orden. Él abrió el ventanal de su despacho en la planta 23. La vista era espléndida. Distinguió la estación de ferrocarril y recordó que de niño quiso ser maquinista de tren. Fue su padre quien le advirtió que tenía que aspirar a algo más en la vida. Más lejos divisó el estadio de fútbol. También quiso ser futbolista. “Eso no es serio. Tienes que llegar más alto”, le dijo su padre. Entonces le planteó dedicarse al arbitraje de partidos. “Tienes que estudiar y llegar más alto”, le insistió. Así que siguió la tradición de su familia y cursó la carrera de Derecho. Pronto ganó importantes querellas como abogado. Un imperio empresarial le propuso entrar en nómina y aquel era su primer día. “Ahora sí he llegado lo bastante alto, papá”, fue lo último que le oyó decir la secretaria.

 

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