Conciencia

Miguel Ángel Arana · Madrid 

Me comunicaron el ascenso el viernes. Yo pensaba que aquél empujón a mi carrera era el justo premio por mi valía profesional. El presidente del bufete se colocó a mi lado en el ágape posterior. “¿Qué tal va el asunto del concejal, hijo?” “Estupendamente. Podemos demostrar que estaba en nómina de la empresa que se benefició de las expropiaciones y construyó la estación”, le dije exultante. El socio bajó la voz: “El caso es que me ha llamado para pedirme, como favor personal, que retiremos la querella. No es necesario que la justicia penal intervenga en esto.” “¿Entonces?” “Ha planteado que sometamos el tema a la corte de arbitraje.” Es decir, que el concejal saldría de rositas. Un leve tirón de orejas para él, y una miseria para los damnificados cuyas casas habían sido derribadas. Articulé una sonrisa. “Me parece bien”. “No lo dudaba, muchacho. Es usted uno de nosotros”.

 

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