Imagen de perfilJuicio Final.

José I Baile Ayensa 

No creía yo verme en estas lides el día del juicio final, pensaba que estaría más ocupado en proteger mis intereses.
Como abogado penalista me había preparado muy bien para alegar enajenación y justificar los deslices que a lo largo de mi vida había cometido. Pero me eligieron, junto a otros letrados, como defensor de una parte de la humanidad a quien se acusaba de haber cometido abuso sobre el resto. Las acusaciones eran muy graves. Se achacaba a esta parte de haber acaparado todo el crecimiento económico, de esquilmar cualquier recurso del planeta, de monopolizar todo suministro de bienes; todo ello en beneficio de unos pocos a costa del hambre de muchos. Intuí que, visto quién era el Juez, aquello iba a terminar en clara condena; entraría yo en la eternidad perdiendo el mayor juicio posible. Decidí renunciar y proponer que asumiera la defensa algún abogado de oficio celestial.

 

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