Mañana moriré. Se me antoja como algo placentero. Un descanso por fin. Cuando amanezca, solo podré disponer de mi propia vida. Lo perdí todo y mañana se ejecutará el desahucio. No es solo la pérdida de 50 metros cuadrados, es la condena a no ser nadie. Será un veintinueve de febrero, así solo me llorarán cada año bisiesto. Es el único legado que puedo dejar. Eso y esta vieja pluma. Con ella firmé aquel maldito documento como fiador y con ella escribo estas palabras. Que sea para él, para mi abogado. El nunca perdió la fe, peleó con fuerza cada revés. Con la guerra perdida siguió empeñado en ganar batallas, retrasando un final inevitable. Paralizó la ejecución una y otra vez, consiguiendo de la administración plazos de gracia. Mi única vergüenza es haberme rendido antes que él. Quizás mañana lo vuelva a conseguir, pero ya estoy muy cansado. Lo siento.