Voló la Justicia

José Aurelio Ruiz Tolosa · Alicante 

El copiloto, de ignorada nacionalidad, constitución fuerte y ademán de zoquete, miró al pasaje disimulando su estrés. Mientras, la auxiliar de vuelo –gourmet improvisada– untaba con mermelada tostadas para los niños del Magistrado. Don Edgar fue letrado pero ascendió, como humo por chimenea, del estrado del Juzgado al Ministerio Anticorrupción. Le acompañaba su mujer, Gladys, abogada que cambió la toga por la didáctica tarea de cuidar a Rodrigo –un niño con síndrome de Down que dormitaba cual marmota– y Elizabeth –una piraña rubia que devoraba gominolas con forma de botijo–. El copiloto, espía infiltrado, sintió la soledad del suicida ante la inmolación, sufrió una crisis y desconectó el bloque explosivo que con sigilosa prevención había adosado al sistema eléctrico. Esta última apelación a la compasión no evitó la sentencia final: la fianza de la mafia era un cohete que desde la nieve se elevaba buscando la pintura del avión.

 

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