Un dulce final

José Enrique Sánchez-Paulete Hernández · Coslada (Madrid) 

No quería el cohete. Era de plástico, con alerones y cápsula roja, relleno de chocolatinas. Pero Jaime miraba a la pistola plateada con balines amarillos que colgaba más arriba de la pared. Tenía tres años y despuntaban sus aptitudes delictivas. Mucho mejor el cohete, además esta relleno, no has visto. Quero la pitola. Pero por qué. De mayo voy a se espía, como mamá. Su madre, cuyas piernas envueltas en caladas medias me trajeron de cabeza años atrás, me lo había dejado aquella tarde. Su trabajo de letrado en el Tribunal Constitucional, no tenía horas. De improviso requirieron sus servicios para trabajar sobre una sentencia largo tiempo esperada. Quero la pitola, voy a se ssspía. Además es como la de mamá, de prata. Entonces sonó un disparo, y caí al suelo. Lo último que recuerdo es el sabor dulce de una gominola que se fundía en mi boca.

 

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