La corrida

José Antonio Giménez Fernández · Valencia 

A medio cepillar, era más listo que Luisico el Ciego, que distinguía en el tiento una alcachofa de una breva. Un piraña. Pequeño ingenio armado de afilados dientes. Destacaba del resto del bloque por sus aires de piojo resucitado. Se le notaban las maneras. Un brillo en los ojos que delata a los que saben cuándo la infantería no llega y la caballería se pasa. Paseíllo toga en mano. Intercambio de sonrisas falsas. Golpecitos en la espalda. Camarón que se duerme se lo lleva la corriente. Primera advertencia. Para su señoría, somos dos zoquetes. Entramos al ruedo de Goyescos. Con una hora de retraso, empieza la faena. Y qué faena. Por embustero, te va a salir una verruga en un diente. Será cosa del sistema. Natural a la derecha, capotazo a la izquierda y chicuelina para gustarse. Dos años y un día. Y ahora flamenco, soledad en compás de 3×8.

 

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