El último inquilino

Edith Checa · Camas. Sevilla 

Era el último e irreductible inquilino. Tenía que defenderle como abogado de oficio. Residía en un bloque de pisos en ruinas al que incluso le habían destruido las escaleras. Cómo subir al tercer piso. Cómo podía vivir alguien allí. Una voz de viejo marino aguerrido me gritó desde lo alto. Le dije que era su abogado. El chirriante ruido de un sistema de poleas precedió a una plataforma que bajaba por el hueco de las inexistentes escaleras. Me dijo que subiera. Obedecí. No tenía dónde agarrarme. Me puse en cuchillas aterrorizado.
Tenía el piso lleno de acuarios con cientos de peces que le acompañaban en su soledad, entre ellos había pirañas.
Al dueño del edificio le expuse las condiciones de mi defendido. El zoquete adinerado aceptó el trato. El viejo se fue a cambio de un acuarium en el centro de la ciudad. A los seis meses se estaba forrando.

 

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