El hijo
Francisco Castillo SánchezEl niño me ofreció una de sus gominolas. Estaba realmente buena. Pero enseguida mi vista se nubló. Un sudor frío entró en mi cuerpo. Sentía que sudaban todos mis órganos, que me desvanecía. Segundos después tuve una sensación diferente. Me sentía levitar y me daba la impresión de que iba a salir disparado como un cohete. La sesión estaba a punto de empezar y yo estaba fuera del mundo real, estaba inmerso en una película. El magistrado llamó al letrado y yo no me enteraba de nada de lo que decía. Sólo reaccioné cuando el juez dijo la palabra fiscal. Tenía que solicitar la sentencia de muerte para el espía que nos había traicionado. Eso lo sé ahora. En ese momento todo estaba en blanco y negro. Miré al acusado y lo último que recuerdo es que se parecía enormemente al niño que minutos antes me había dado su gominola.