Imagen de perfilMatar un ruiseñor

MANUEL BURGOS TOIMIL 

Comenzaba a regar el jardín de mi casa, cuando un pájaro acertó a posarse en el marco de la ventana. Era un ave majestuosa, de trino cautivador, que endulzaba mis sombríos pensamientos, y medité con qué pena debería ser castigado el que cometiera el delito de “matar un ruiseñor”. Ya lo decía Atticus “matar ruiseñores, que solo cantan y no hacen daño, es un acto malvado”.
Y es que no puedo evitar recordar la película a la que me refiero en el título de este microrrelato, y de cómo, bien por acción u omisión, somos culpables de tanta injusticia, sin que el canto de un improvisado caruso o la sonrisa de un niño, enternezcan nuestro duro corazón
Por ello, me identifico con Atticus, el protagonista de tan entrañable cinta, que también era abogado.

 

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