Imagen de perfilUN ÚLTIMO ACTO DE CONTRICIÓN

José María Rodríguez Gutiérrez 

Cuando el juez alzó la mano para darme la última palabra, pude ver los tatuajes que ocultaban sus puñetas, recuerdos de un pasado más convulso y menos honorable en el que compartimos alcohol y delincuencia. Mi abogado había hecho un gran trabajo -Anote mentalmente no olvidar mandarle una cesta por navidad-: había desmotado la versión de los testigos y hundido la credibilidad de los peritos. Mi absolución era segura, pero mi conciencia me empujaba al abismo y hacía tiempo que había puesto fecha de caducidad a mi libertad. Estaba cansado de huir como un vulgar ratero. Me puse en pie, tomé aire y, muy lentamente y ante el asombro general, me confesé culpable de todos los cargos. El juez me sonrió indulgente y me abandoné a aquella plácida redención. Sólo lo sentí por mi letrado. Cada noche, en mi celda, recuerdo su cara de decepción y rezo por él.

 

+5

 

Queremos saber tu opinión

2 comentarios