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PATRICIA DURÓ ALEU 

Fui la gran decepción de mi madre cuando me pillaron con esas papelinas. Llevaba tiempo navegando a la deriva en la cesta de un globo que acababa de pinchar, enviándome sin remedio de cabeza a una prisión. No fue fácil, pero el tiempo en una celda da para mucha auto-reflexión, y toda condena tiene fecha de caducidad: tras seis años y un día, salí rehabilitado y licenciado en derecho. Las puñetas de las togas que me juzgaron me mostraron dos caminos convergentes: el que había dejado atrás y el que me animé a seguir, como caras de una única moneda. Limpio de antecedentes, ejerzo hoy de abogado penalista, defendiendo a individuos como yo. No los prejuzgo ni menosprecio; trato de recordar en todo momento de dónde he partido. Y si alguna vez lo olvido, los tatuajes que conservo bajo mi toga me lo recuerdan. Por eso no pienso borrarlos nunca.

 

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