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MARÍA LUISA VENTURA SANCHEZ 

Esperé varias horas sentado mientras le buscaba con los ojos. ¡Por fin apareció! Iba colocándose las puñetas de su resplandeciente toga. Cuando me vio se paró en seco, pero no dijo nada y otra vez me invadió la decepción. Esperaba que estuviera arrepentido, o que me pidiera perdón…. ¡qué sé yo! Al fin y al cabo fue él quien me condenó a diez años.
Su mirada altanera se transformó en terror cuando vio la pistola. Apreté el gatillo hasta vaciar el cargador. Las seis balas que había guardado en la cesta de los desengaños sin fecha de caducidad se alojaron en su pecho.
Sentí la rodilla del policía sobre mi espalda, y mi rostro se estampó contra el suelo junto a su tobillo inerte. El tatuaje aquel que nos hicimos juntos, asomaba pálido. Seguramente estuvo tratando de borrarlo, pero ahora era como un augurio:
“Hasta que la muerte nos separe”

 

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