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KALTON BRUHL 

Allí estaba, intentando pasar desapercibido en la temible reunión de Año Nuevo. Esa reunión era como una cena de Pascuas, en la que cualquiera podría hacer el papel de cordero. El director de la firma nos mostró las gráficas de las utilidades del período anterior. Me sentí mal. Estaban más planas que el electrocardiograma de un jamón. Luego trazó sus planes para mejorar los ingresos. Yo comencé a divagar. Lo supe porque el director gritó mi nombre. “Le recuerdo sus aportes a nuestras finanzas “, espetó, formando un cero con el índice y el pulgar. “Tenga la seguridad –continuó – que de seguir así no le valdrá el ser mi hijo”. Yo bajé la cabeza y me prometí cambiar. Lo haría después de representar, gratuitamente, a la anciana que estaban a punto de echar de su apartamento por el vencimiento de una deuda. Sonreí. Seguro que lo haría después.

 

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