Brindis de muerte

Francisco Doria Palomino · Lima (Perú) 

El magistrado experimentaba el morbo más encendido cuando la rubia abogada comparecía ante su jurisdicción. Y esta vez, concurría como acusada. Denunciada por conducir ebria y oponerse al arresto, le correspondían una multa y la pena privativa de libertad, pero estaba en manos del juez suspender la última parte de la sentencia, como había hecho con la guapa y desesperada gerente denunciada por malversación. El espectro de la culpa sucumbía ante el deseo. Someter a atractivas mujeres como estas a sus caprichos sexuales era lo único que le producía una erección. Dos noches después, mientras brindaba con el vino servido por la mujer, admiró su desnudez. Fue lo último que hizo antes de caer fulminado por el paro cardiaco que le provocó la sobredosis del viagra disuelto en la copa.

 

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