Código Deontológico

Mónica Gallego Fernández · Madrid 

Era su segundo caso como abogado de oficio. El primero, un juicio de faltas en el que apenas intervino, había resultado una empresa demasiado sencilla. Quedaban unos minutos para exponer su alegato y mentalmente repetía, como si de una canción se tratara, las palabras de un antiguo profesor: “el verdadero abogado trabaja en el turno de oficio”. Cualquier indicio de inocencia se disipaba observando la frialdad de su defendido y la duda vocacional crecía de manera inexorable. El presunto violador parecía un mero espectador, impasible, apático, tan solo preocupado porque su calcetín derecho se mantuviera tenso. Las imágenes del delito comenzaron a golpear la conciencia del letrado en forma de lluvia descontrolada. Sintió que la amplia toga se tornaba rígida, como el caparazón de una tortuga, y quiso esconder la cabeza, pero ya era tarde, su turno había llegado.

 

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