Sueños de robot

Rafael Antonio Jara Vicente · Las Palmas de Gran Canaria 

Era el uno de octubre del año cuatro mil, lo recuerdo por dos razones. La primera, el ginecólogo diagnosticó a mi mujer un tumor incurable, la segunda los robots fueron legalmente determinados, formas de vida inteligentes basadas en el silicio mediante una resolución judicial, es decir, adquirieron el rango de humanos. A lo largo de mi vida como magistrado había visto muchas cosas, pero esto me superaba. Los robots se manifestaban por millares en las entradas de los juzgados, repartiendo flores y panfletos, reivindicando sus recién adquiridos derechos y obligaciones. “Al menos pagarán impuestos” pensé. Pero en un plazo breve de tiempo comprendí que el mundo no volvería ser el mismo. Estoy enfermo y no tardaré mucho en reunirme con mi mujer, pero cuando miro el rostro mecánico del magistrado que se sienta a mi lado, soy consciente de que conmigo morirán los últimos vestigios de justicia humana.

 

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