La señal

Enrique Bermejo Morate · Valladolid 

La ducha del vecino la desveló. En apenas unos minutos se vería inmersa en la cotidianeidad. Una visita al baño, y sin apenas atusarse, directa a la cocina. Cafetera, zumo, despertar a los niños, recoger ropas y preparar lavadora, ese sería su inmediato quehacer. Una dinámica que a ella no le causaba el estrés, ni el síndrome que oía a otras vecinas. Bebía a sorbos mirando al santo del calendario de bolsillo que tenía colocado en una repisa. No es que fuera muy piadosa pero solo a él se dirigía solicitando una justicia divina que no llegaba. Un fugaz pero vivo dolor rompió ese reducto al que le llevaba su ritual matutino. Se palpó el labio y comprobó que ahí estaba la herida que horas antes su débil defensa no pudo impedir. Fue hacia el teléfono. Y si, esta vez llamaría a un abogado.

 

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