Que hable ahora…
David Vivancos Allepuz · Barcelona«¡Detengan esta boda!», vociferó uno de los invitados desde la última fila. Acompañó la orden con una palabrota que provocó que la abuela de la novia, una venerable dama con un vestido color yema de huevo campero muy poco apropiado, se tapara los oídos con las manos. Se giraron los asistentes, indignados. El joven avanzó en dirección al altar esgrimiendo un cuadro, una orla enmarcada desde la cual casi un centenar de jóvenes licenciados con birrete sonreían con orgullo mal disimulado a los presentes. «¡Sepan que este hombre… este hombre es…!», aceleró el discurso, intuyendo su inminente detención, a la vez que señalaba con el dedo al novio, «este hombre es… ¡abogado… de la SGAE!». «¡No!», gritó el cura y se llevó las manos a la cabeza. La novia, entonces, se desmayó. Un ahogado rumor de decepción se adueñó de la iglesia. Desenmascarado el novio, de rodillas, rompió a llorar.