Sola ante el peligro

Pilar Gil Guijarro · Madrid 

Cuando estás de guardia amanece con tu primera asistencia. El mes de julio es caluroso, las comisarías de los pueblos se distancian en mil millas. Patrullas en diligencia las leguas polvorientas que median entre cuarteles y juzgados. A tu cargo seres más necesitados que bandidos, elegidos por la mala suerte, atrabiliarios, atrapados en la sinrazón, cuando tu única misión y destino es lograr que el martillo sea ecuánime, si eso es posible en estas montañas rocosas. En los salones pides zarzaparrilla, yogur blanco de desayuno, gazpacho rojo de almuerzo, café oscuro de merienda, agua clara para refrescar la montura. El reloj marca las horas en tiempo real, tres en calabozos, tres “se buscan”, tres de gatillos rápidos, tres faltas. Al final de la jornada te retiras, sola ante el peligro, sin esperanza, con el chaleco negro recortado y si hay suerte, tu paga, a regañadientes, como mucho, confirmada.

 

 

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