Deuda saldada

Alejandra Rusell Giráldez · Tui (Pontevedra) 

El decano de mi facultad era un botarate consumado, un tipo empalagoso que hablaba arrastrando las primeras sílabas. Nadie le tenía el más mínimo respeto, siendo el menda, cabecilla de alguna rebelión. Cabe destacar, el encierro en el archivo, bajo candado, durante más horas de las aceptables. Tras su liberación, mirándome a los ojos_ de un azul gélido que cortaba el aliento_ me juró hasta en arameo que se vengaría. Las malas lenguas aseguraban que tal acritud de carácter se debía al fracaso que sentía por no haber aprobado las oposiciones a juez. Se paseaba por la facultad en un cachivache verde descolorido. Estos pensamientos me asaltan, una década después, mientras observo pasmado, a las puertas de un” casoplón”, cómo mi futuro suegro, me recibe tras unas gafas que esconden unos ojillos gélidos, archiconocidos. -Pase Gutiérrez, no se quede en la puerta, ha llegado el momento.

 

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