Hábeas corpus

Carlos Lázaro Manrique · Madrid 

Como cada día, Marcelino preparó el desayuno a su mujer. Se lo llevó a la cama y comprobó que el globo ocular derecho continuaba amarilleando sin causa aparente. Tras los cristales, el otoño traía la vendimia, mecida la uva por la música de teclado que el vecino solía aporrear. Contempló la pálida tez de su mujer, arrobado , los verdes ojos tan hermosos, su olor todavía a lavanda y una ola de amor le arrancó un suspiro. La besó en los labios con delicadeza. Había pensado si no debía dar parte a las autoridades, se vería entonces sumido en complejo litigio, la denuncia se tornaría en la ausencia de la mujer que amaba desde hacía veinte años. Sonó el teléfono. -Lo siento, papá , la policía ha hecho todo lo que puede, el delito ha prescrito. Creo que jamás aparecerá el cuerpo de mamá. -Eso creo yo- contestó contento Marcelino.

 

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