LOS OJOS DEL DIABLO
Elías Manrique Dorador · GRANADAMe diréis que sí, que McAllister lo merecía. Que quien arrebata virtud y vida a una niña inocente con tanta saña no es un loco, sino un demonio que debe volver a los infiernos.
Pero yo fui el designado para redactar el último recurso, y le escuché muchas veces hablar del Señor y su infinita misericordia en aquel corredor sin esperanzas donde rezaba desde hacía treinta años. Vi su iris nublado por las cataratas, y la boca deformada por el puente oxidado que le bailaba en las encías. Vi un viejo que sólo lloraba.
Lloró cuando cenó empanada y pastel de calabaza por gentileza del Estado de Alabama, y lloró después, sentado sobre los relámpagos.
Y entonces, en el instante final, McAllister no miró al Fiscal, ni al Gobernador que le negó clemencia. Me miraba a mí, y no puedo olvidar sus ojos.