CON LA TOGA PUESTA
PATRICIA DURÓ ALEULe costó convencerse, pero las razones para la renuncia, eran imbatibles: “Papá, las leyes cambian; te cansas en los juicios; ya no oyes como antes; te entra sueño…” Él, sólo acertó a darles una: “Es mi vida”. Fue su forma de sintetizar una vocación temprana, que germinó como el trigo y lo llevó a convertirse en el mejor. Ahora, conseguían, por fin, que admitiese su derrota sin frases elocuentes ni retórica: con un simple asentimiento de cabeza. Antes de delegar en sus dos vástagos, quiso, no obstante, ligar una última defensa, a modo de despedida. Y fue durante las preguntas genéricas a un testigo, cuando aconteció lo que muchos habían estado temiendo: palideció de repente, se aferró con ambas manos a su histórica toga y, en un último alarde combativo, vociferó: “¡No me desvistan! ¡Me iré de este mundo adecuadamente ataviado para mi defensa!”. Luego, se desplomó sobre sus papeles.