Mi padre

Luis Miguel Morales · Madrid 

Mi pánico al avión hizo que aquella mañana regresara a casa muy cansado desde la estación. Había pasado la noche en la litera del tren. Entre el traqueteo y la resolución del arbitraje que tenía que redactar en ese mismo día, no pude pegar ojo. El viaje inesperado a París, para evitar una querella contra mi bufete, me había dejado sin más tiempo para escribirlo. Me animé recordando a mi fallecido padre con su toga diciéndome, al poco de acabar la carrera y en ese tono socarrón que tanto le gustaba usar, “Hijo, cuando te lleguen momentos duros, piensa que va incluido en la nómina, te ayudará”.
Al entrar en mi despacho me sorprendió ver sobre el escritorio aquellos folios manuscritos. Me senté a leerlos: “LAUDO ARBITRAL dictado por…”. Contemplando el retrato de mi padre, colgado en la pared, advertí que esa cómplice sonrisa en su rostro era nueva.

 

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