A la carta

Marta Trutxuelo García · Andoain (Guipúzcoa) 

Érase una vez un ecuánime juez tan digno acreedor de su nómina como de su toga. Su carrera se urdió a fuego lento entre juzgados, salas y tribunales: arbitrajes judiciales para desayunar y querellas criminales para cenar; el íntegro juez aliñaba los procesos civiles con un toque de resolución, sus sentencias desprendían un aroma a sabiduría y sus veredictos tenían un intenso sabor a imparcialidad. Cierto día la parca fue a buscar al buen juez y le acompañó a un tren que le conduciría a su nueva vida. —Has sido un hombre justo y por ello te mereces un premio. Se te concede la oportunidad de volver a ejercer la profesión que tan bien has desempeñado en tu vida terrenal. Y colorín colorado… —¿Volver a ser un juez amargado?—interrumpió el magistrado—. Exijo un merecido “fueron felices y comieron perdices” o les interpongo un recurso en la próxima estación.

 

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