Inocente Justicia

Luis Fernando Robledano Esteban 

Cuando mi hijo imagina es magnífico y apasionante. No sabe que le espío y cómo le observo desde el quicio de la puerta: de la falsa chimenea hace su trono y de un tapete su toga y, aunque parece no tener muy claro qué es un rey y qué un juez, su versión de la justicia se me antoja no sólo transparente y fresca y revitalizante como agua de botijo, sino además didáctica. A la tenue luz del atardecer en su cuarto de juego, mi despacho, se sienta un Salomón de cinco años, pregunta, y responde por mi viejo perchero -abogado-, mi sombrero -fiscal- y un «monstruo verde de nacionalidad marciana» -acusado-. Inconsciente filtra cada asunto, tamiza con la llana inocencia y así materializa en un teatrillo solitario una de las mayores quimeras de la Tierra. Yo soy letrado y abogado de profesión, pero él, él es juez de corazón.

 

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