Ilustración: Juan Hervás


COLEGAS

JUAN MANUEL RUIZ DE ERENCHUN ASTORGA · BARCELONA 

Conocí al niño invisible cuando teníamos cinco años. Mis padres al verme hablar solo pensaban que eran tonterías de la edad. Desde entonces fuimos compañeros inseparables como el hilo y el botón, compartiendo confidencias, juegos e ilusiones. Crecimos juntos, sin que la adolescencia minara la razón de nuestra amistad. Él componía música, que yo tocaba con saxofón en un grupo sin éxito. Decidimos entonces estudiar derecho. Al acabar la carrera montamos nuestro despacho. Él era el teórico, el invisible, preparaba los casos con especial pericia; yo la parte visible, atendía al cliente y celebraba los juicios. Nuestra asociación fue un triunfo: en poco tiempo el bufete ganaba reputación y dinero a espuertas. Un día mi socio invisible desapareció con todo el dinero, dejando colgados un caso de expropiación forzosa y otro de dación en pago, los cuales, además, perdí. Al denunciar el robo, la policía me tomó por loco.

 

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