Ilustración: Juan Hervás


Dionisos

Antonio Leal Álvarez · Sevilla 

¿Te parece bonito rebuscar entre mis cosas como un espía? Mamá, ¿qué demonios es esto? Ya lo estás viendo, una toga. No mamá, ¡es una toga rosa! Rompiendo un silencio de más de treinta años, mi madre me relató la peculiar fiesta celebrada en los juzgados de Valencia, en la primavera del 77. Afroditas coronadas de laurel danzando entre fuentes de gominolas. Letrados ocultos bajo máscaras de comedia imponiendo a los jueces sentencias imposibles. Procuradores, secretarios, agentes y oficiales, todos entregados al culto del amor y el vino. Dime que aquello no se convirtió en costumbre. No, hijo, tu padre no tuvo mejor idea que tirar uno de esos cohetes borrachos, una chispa prendió en las cortinas y, bueno, ya conoces el resto. ¿Me estás diciendo que el incendio de la sala de vistas…? Anda, guarda eso y cierra la boca que pareces bobo. ¡Mamá, vuelve aquí ahora mismo! ¡Mamá!

 

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