Imagen de perfilUn abogado de hoy

Eva María Cardona Guasch 

La etapa como aprendiz había llegado a su vencimiento y mi plan de labrarme un nombre en la abogacía arrancaba casi de cero. El primero en entrar en mi nuevo bufete fue mi abuelo, procurador ya jubilado. Era capaz de conocer y calificar a cualquier abogado por el aspecto de su oficina. Adornos ostentosos, pesetero. Papeles amontonados, atolondrado. Cenicero lleno, ansioso. Libros gastados, estudioso. Escrutó con ojos expertos mi despacho de estilo minimalista. Aprobó silenciosamente la solidez del mobiliario. Se paró ante el vacío de los estantes. Me hizo notar la desnudez de la mesa. Faltan códigos actualizados, buenos bolígrafos con los que firmar, me dijo. El ordenador, abuelo, todo está en internet y la firma… ya es digital. Le pregunté qué clase de letrado sería yo y, al punto, me contestó con seguridad: desconcertante, como los tiempos que vienen.

 

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