Señoría
Eduardo Morena Valdenebro · MadridMientras la dominatrix ajustaba firmemente las hebillas de la mordaza, él recapitulaba con aquella esfera roja asomándole por la boca sobre cómo afrontaría el abogado de la defensa su próximo caso. Atado de espaldas a su ama experimentó con gozo el tacto de la fusta sobre sus nalgas expuestas por la abertura en el cuero negro. Solo conocía de ella su perfume caro pues le tenía prohibido mirarla directamente. Cuando contabilizó cincuenta azotes, su particular sentido de la justicia optó por la pena de muerte solicitada por el fiscal. Luego recibió más y el síndrome del estrés se esfumó. Era una diosa. La sala enmudeció mientras el juez avanzaba con un pequeño cojín disimulado entre los expedientes. Ordenó subir al estrado a la acusada y entonces reconoció su olor. Durante un instante se miraron fijamente a los ojos. Luego, removiéndose incomodo en su asiento, su señoría ratificó la pena máxima.